En Colombia deberíamos tener una ciudad con el nombre “Fruta”. Y si fuese así, seguramente la candidata perfecta para ese nombre sería Bogotá. Esto nos dijo la guía cuando estábamos en nuestro walking tour por las calles del centro histórico de la gran capital, donde me enteré de que Bogotá era la reina de las plazas de mercado y que, con la ayuda de las 19 distritales que existían, se podía fácilmente comprobar, si decidías recorrerlas todas, que en Colombia era posible comer una fruta diferente cada día del año sin repetir. Esto informaba la guía Camila una vez que nos ofreció un plato lleno para degustar. 

Estábamos adentro del mercado de La Concordia, el segundo más antiguo de la ciudad, según dijo nuestra guía. Antes de este tour, yo no tenía muy claro qué iba a hacer en Bogotá. Entonces, me llenó de alegría enterarme de que la ciudad era una dorada y deslumbrante mina de frutas que estaban esperando ser descubiertas tanto por locales como visitantes como yo. Decidí entonces salir por mi cuenta a viajar por las plazas de la ciudad. Cada día que estuve en Bogotá, me levantaba emocionado por la fruta nueva que estaba a punto de probar para mi desayuno. Había decidido que esto sería mi principal objetivo en este viaje y resolví extender de 2 días a 7 mi estadía en la gran ciudad, para con calma visitar algunas de las 19 plazas. Mi idea era ir de dos a tres diarias, desayunar y almorzar en alguna que otra de estas, lo que me ayudaría a demostrar lo expuesto por Camila en el recorrido. 

Desde que salí del tour y camino a mi hotel, ya con mis ojos por fin abiertos de verdad por la información obtenida, pude palpar la verdadera fuerza que tenía la fruta entre los colombianos. En cada esquina vendían fruta, en cada calle había un adulto o un niño con un vaso de trozos de fruta y carretillas vendiendo frutas por todas partes. El primer día me fui por el lulo y luego, en la tarde, probé la maracuyá. En la Plaza de las Nieves me encontré con el colombiano de frente, entre las gentes estaban los campesinos productores y los que iban a comprar. Una buena fuente de colombianidad, un manjar de información para un turista que venía a conocer la Colombia de verdad como yo. 

Al día siguiente fue el turno de la feijoa junto a la gulupa. Fue una semana de investigación y de no repetir, de entender por qué Colombia sí es la reina de las frutas y, al ser esto cierto, entonces Bogotá sería la gran capital de las frutas del mundo. Pensé que ya lo había probado todo en mis viajes y que ya tenía una fruta favorita hasta que llegué a aquella con sabor a helado de vainilla, mi nueva amada, la chirimoya. Me asombró también ver que el lulo crecía en casi cada esquina de la urbe de 10 millones de habitantes. No dejaba de sorprenderme el ver que podía crecer la fruta en Bogotá y no que solo era traída a las plazas de mercado como suele pasar en cualquier gran ciudad. Crecían y las podías ver en las calles sin dueño alguno, esperando a ser descubiertas tanto por los locales distraídos y desconocedores de su propia ciudad como por los viajeros llenos de curiosidad como yo. Me enamoró el probar y comprobar que podía tener al menos una fruta diferente diaria sin repetir en la gran y única ciudad de fruta. 

Por. Fredy Calderón